lunes, 3 de noviembre de 2014

La llamada.


En un hostel particular ubicado en La Paz – Bolivia, conocí a una loca linda, que al principio hablaba poco y con la que sólo nos cruzábamos de vez en cuando en el hall del lugar.
Su  nombre es Mari, hace 8 meses había llegado desde Noruega a Argentina, donde empezó su viaje por Sudamérica. Y bueno, poco a poco empezamos a conversar, teniendo en común: ideas, experiencias, etc.
Era muy divertido y entretenido pasar el tiempo con ella, porque es una persona sin “muchos miedos”, divertida y muy parecida a mi (jajá).

Yo había llegado de la ciudad de Santa Cruz en días anteriores, ya que anduve conociendo la ciudad y trabajando con un músico Peruano, así que, en el momento que nos conocimos, yo no hacía mucho. Estaba de regresando del norte argentino, con rumbo  a Ecuador, por lo que era mi segunda visita a La Paz.

Conocí linda gente hospedada ahí, sobretodo viajeros, con los que hice una gran amistad (con la mayoría). Salíamos de fiesta, hacíamos cenas, juegos de mesa, tomábamos mucho vino (ahí los consigues muy buenos, y baratos ya que al sur está Argentina y este país tiene vinos excelentes), fuimos como una pequeña familia. Teníamos conversaciones divinas, pipasín por aquí, pipasín por allá  y bueno la infaltable y necesaria música.

Se acercaba mi cumpleaños y mi regreso a Ecuador también.  Mari tenía planeado ir a la Isla del Sol con un amigo Colombiano (el parce), pero una  mañana en la que, ella lo esperaba con las maletas listas… no llegó.
 Está guardao,   me dijo uno de los chicos.
Busqué a Mari y juntas, con otro amigo, fuimos a visitarlo en la cárcel.

Había que dejar el documento personal en la entrada y sin ningún orden, te hacían pasar por montones a ver a los encerrados, quienes  por la estrecha reja  intentaban sacar su desesperada cabeza, entre ellos: asomo el parce. Con angustia en la cara, pidió que la llame a la madre a Colombia y le cuente la situación, porque tenía que pagar una fianza hasta el día siguiente, o si no, lo llevaban a la cárcel general, así que al salir de ahí lo hice.
Mari le dejó su chompa, porque estaba en camiseta, y bueno, fue un poco impactante verlo ahí, en esa situación y fuera de su país.
 Gracias por llamar,  me dijo la madre. No me pareció tan preocupada, creo que yo estaba más preocupada que ella (no hace falta suponer lo duro que debe ser, estar en una cárcel de otro país y más por una injusticia al parecer). Luego supimos que lo trasladaron a la cárcel general de La Paz.


El dueño del hostel en donde estaba hospedado el parce, lo había mandado a encerrar por estar involucrado en una pelea que hubo en el lugar, y hasta le había puesto unos cargos “extras”.
Ahí pude comprobar que la corrupción existe en todo lado y  no tiene límites, ni fronteras (como muchas otras cosas).

Con Mari decidimos irnos, internamente fue duro para mi tomar la decisión, ya que yo estaba con la plata justa para llegar  a mi destino, y el quedarme ahí significaba pagar más días de hospedaje, comida, etc. ¿Para qué?, me pregunté; ¿acaso lo sacarían de ahí si yo me quedaba?, así que bueno, finalmente me conformé con haber hecho lo que pude y partimos para la Isla del Sol. Después de unas semanas, nos contaron que salió del lugar sin novedad.

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