Exhinopsis pachanoi, o planta de San Pedro: Después del Peyote, es la planta que más mezcalina posee. Tradicionalmente nuestros sabios ancestros utilizaban esta planta para rituales religiosos, ya que consideraban que esta sustancia permitía abrir el espíritu.
Habiendo trascendido en otras culturas, la mezcalina
fue utilizada con propósitos recreativos, pero también, como enteógeno (poder
alucinógeno divino), para facilitar la psicoexploración, así que tiene una
larga tradición y sabiduría en la medicina ancestral.
Para pasar a la Isla del Sol, había que tomar un
bote desde Copacabana, en donde Mari y yo nos quedamos unos días, hospedadas en
el hostel de Mariela (muy particular
lugar y conocido por muchos viajeros). Íbamos preparando el San Pedro pulverizado que habíamos
comprado días atrás, en la Plaza de las
Brujas ubicada en el centro histórico de La Paz. Había que hervirlo unas 6
horas, estábamos apuradas porque el bote a la isla salía a la 1:30 pm,
era la 1: pm y solo llevaba hirviendo tres horas, por lo que lo pusimos
en un envase, tomamos las mochilas y corrimos al muelle antes de que zarpe el
bote.
Al embarcarnos, encontramos en la tripulación
cuatro muchachos chilenos con los que compartimos la parte de arriba del bote,
sólo para nosotros seis.
– ¿Qué llevai en el tupper?, – me preguntó una de
las chicas, al verme tomar con tanta devoción ese recipiente. – Es San Pedro, hoy es mi cumpleaños, le dije. Y no
pude evitar la sonrisita que en mi rostro se desplegó.
– !Uuuuuh! Que weeena, entonces hay que cuidar a la
guagua po. – Dijo uno de los chicos.
Entre risas y charlas, fuimos fumando, cuidando muy
bien a la guagua que iba envasada. Íbamos
disfrutando del hermoso paisaje que el trayecto ofrecía a nuestros ojos.
Por fin llegamos a la Isla del sol. Conseguimos hospedarnos en una linda casa frente a la
playita y le pedimos a la dueña de la casa que nos preste su cocina para terminar
de cocinar el San Pedro, sonriendo nos dio las llaves de la cocina, la de la
habitación y se fue. Ella no sospechó que esas llaves serían también ¡las
del cielo!
Hervimos el té unas tres horas más, lo empezamos a
tomar en la habitación y con el sonido de las pequeñas olas del lago Titicaca,
logramos terminarlo. Teníamos unas caras horrorosas por el feo sabor que tenía,
pero una vez terminado, progresivamente iniciamos el viaje.
Compramos cigarrillos y un par de horas más tarde, con mucho chocolate relleno de manjar, leche y almendras, fuimos hacia el muelle para ver el atardecer. Como dos niñas locas, nos encontramos rodando en el muelle, comiendo, fumando y riéndonos a carcajadas por la emoción que sentíamos al ser parte de tan divino paisaje.
Mari vomitó en el muelle
(era normal ya que se estaba desintoxicando), mi organismo no lo
hizo y también era muy común: pero las dos estábamos en el mismo
vuelo, una conexión interno y externa con nuestro entorno.

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